Muy buenos días, familia barinesa. Estoy seguro que el título de este artículo les llamó la atención tanto como a mí. Esperemos entonces que les quede claro la respuesta a esa interrogante. Pero antes de conocer la respuesta, debemos conocer, un poco, los antecedentes que originaron la pregunta.
En la historia de la ciencia, la alquimia (del árabe الكيمياء [al-kīmiyā]) es una antigua práctica protocientífica y una disciplina filosófica que combina elementos de la química, la metalurgia, la física, la medicina, la astrología, la semiótica, el misticismo, el espiritualismo y el arte. La alquimia fue practicada en Mesopotamia, el antiguo Egipto, Persia, la India y China, en la antigua Grecia y el imperio romano, en el imperio islámico y después en Europa hasta el siglo XIX, en una compleja red de escuelas y sistemas filosóficos que abarca al menos 2.500 años. Actualmente es de interés para los historiadores de la ciencia y la filosofía, por sus aspectos místicos, esotéricos y artísticos.
La alquimia fue una de las principales precursoras de las ciencias modernas, y muchas de las sustancias, herramientas y procesos de la antigua alquimia han servido como pilares fundamentales de las modernas industrias químicas y metalúrgicas. Aunque la alquimia adopta muchas formas, en la cultura popular es citada con mayor frecuencia en historias, películas, espectáculos y juegos como el proceso usado para transformar plomo (u otros elementos) en oro. Obviamente, en la antigüedad, la búsqueda de métodos para obtener riquezas fácilmente era tan intensa como lo es en nuestros días. Sin embargo, las sociedades y la ciencia han creado otros mecanismos de enriquecimiento más expeditos y menos complicados que la transmutación de elementos.
Los alquimistas buscaban constantemente la piedra filosofal, la cual era una sustancia que, según los alquimistas, estaba dotada de propiedades extraordinarias, como la capacidad de transmutar los metales vulgares en oro. Existirían, según ellos, dos tipos de piedra filosofal: La roja, supuestamente capaz de transmutar, con sólo tocar, metales innobles en oro; y la blanca, cuyo uso transformaría dichos metales innobles en plata. Esto se lograría por vía húmeda, es decir, mediante reacciones químicas. En ambos casos la substancia de partida era la pirita de hierro (disulfuro de hierro, FeS2, mejor conocido como “oro de tontos” … ¿Sorprendidos?).
El oro siempre ha sido atractivo para las ambiciones humanas. |
A esta propiedad se le adicionaban dos atributos mágicos: Provisión de un elixir de larga vida a tal grado de conferir inmortalidad, mediante la panacea universal para aniquilar cualquier enfermedad y, dotación de omnisciencia: conocimiento absoluto del pasado y del futuro, del bien y del mal, lo cual explicaría también el adjetivo "filosofal" ya que hasta el siglo XVIII, a los científicos se les denominaba filósofos. Es decir, si llegaras a obtener la piedra filosofal serías un dios inmortal, omnisapiente y además, muy muy rico.
Luego de que por muchos siglos los alquimistas buscaran transformar el plomo en oro, la ciencia sustituyó a la alquimia. La química y la física dieron enormes pasos en este sentido. Las investigaciones y descubrimientos de comienzos del siglo XX en lo relativo a física nuclear condujeron a un conocimiento más profundo de la naturaleza de materia y de su posibilidad de transformación. Se determinó, por ejemplo, que la unidad constitutiva de la materia se llama átomo, el cual es sumamente pequeño. En términos simples, esta unidad de la materia se conforma de tres partículas fundamentales ( existen otras, pero trataremos de no hacer más complejo el artículo): Electrones, protones y neutrones. El electrón es muy pequeño y de naturaleza eléctrica negativa; el cual se mueve alrededor de un núcleo, mucho más grande. En este núcleo, se concentra el 99 % de la masa del átomo y en él se encuentran los protones, partículas cuya masa es aproximadamente 1820 veces mayor a la del electrón, de naturaleza eléctrica positiva. En ese mismo núcleo se encuentran los neutrones, muy parecidos a los protones, pero sin carga eléctrica.
Representación simple de un átomo. |
Todos los átomos de un elemento son iguales entre sí, pero diferentes a los átomos de otros elementos. La diferencia radica en el número de protones que hay en el núcleo. Si hay un solo protón es hidrógeno, pero si hay dos protones es helio. El número de protones en el núcleo se le llama número atómico y éste es similar al número de cédula de cada individuo venezolano, es decir, un número único para cada individuo asi como un número atómico único para cada elemento.
Si la identidad de un átomo radica en el número de protones que tienes en su núcleo, entonces ¿Podríamos sacar o meter protones en los núcleos, transformándo los elementos, transmutándolos? La respuesta es sí. La idea de convertir plomo en oro es posible, ya que basta con extraer 3 protones de un átomo de plomo (de 82 protones) para obtener un átomo de oro (de 79 protones). El problema es que no es nada fácil hacerlo. En primer lugar, se necesita cantidades enormes de energía para realizar esos cambios, y en segundo lugar, cuando finalmente sucede, se desprende cantidades enormes de energía, muy difíciles de controlar. Por ejemplo para transformar una pequeña cantidad de hidrogeno en helio, es decir, añadir un protón al hidrógeno, la energía liberada sería fácilmente visualizada al observar la explosión de una bomba nuclear de hidrógeno ( el elemento mas simple de la naturaleza). Las investigaciones y descubrimientos de comienzos del siglo XX en lo relativo a física nuclear y física cuántica condujeron a los experimentos de fisión nuclear en 1939 por Lise Meitner (trabajo basado en los de Otto Hahn), y la fusión nuclear por Hans Bethe ese mismo año. Estos experimentos permitieron crear átomos a partir de otros, utilizando elementos con muchos protones en los núcleos de sus átomos (uranio, plutonio) los cuales se los rompen formando átomos de elementos más pequeños. Los efectos son catastróficos.
Actualmente, el Laboratorio Europeo de Partículas (CEREM), ha utilizado un acelerador de partículas subatómicas, para convertir el plomo en oro, haciendo chocar otras partículas a grandes velocidades para arrancar los protones de los núcleos más pesados. Lo anterior se suma a experimentos realizados en Rusia sobre el mismo tema y los resultados parecen ser los mismos: es posible convertir el plomo en oro, pero se gasta mucha energía en el proceso, lo que lo hace que no se rentable y sigue siendo muy peligroso.
Porción del acelerador de partículas del CEREM |
Personalmente, pienso que la transmutación que estamos buscando no se refiere a algo tan superficial como convertir plomo en oro, el carbón en diamante, el agua en vino, para hacernos ricos y vivir como reyes. Si algo tan consistente como el plomo puede cambiar, ¿Es posible el cambio dentro del ser humano? ¿Cuál puede ser su mecanismo? ¿Con qué tecnología podríamos llegar a ser mejores personas? A pesar del avance de la ciencia, todavía estamos en la prehistoria en cuanto al aspecto espiritual del ser humano. A veces pienso que el verdadero talento con frecuencia muere dentro de nosotros, asfixiado por las normas, directrices, procedimientos y barreras que cada día creamos y nos van creando a nuestro alrededor.
Aristóteles dijo que “somos lo que hacemos constantemente”. La excelencia, pues, no es una acción: es un hábito!